El que calla, otorga
- Gabriela Llontop
- 17 oct 2021
- 2 Min. de lectura

Ilustración: Nurit Mitrani
Guardar silencio puede ser, según quien lo vea, o el acto más solemne o la mayor declaración de desfachatez y poco respeto hacia lo que otro dice. Si alguien muere, evitar decir palabra alguna durante al menos un minuto demuestra el singular decoro hacia quien en vida fue. Sin embargo, el no decir nada frente a quien hace efectiva una interrogante para reconocer lo que opinamos respecto a un tema, solo expresa la poca deferencia que tenemos hacia su persona.
A tres meses de haberse colocado la banda presidencial, Pedro Castillo aún parece que no reconocer ser el jefe de Estado de una nación entera. Huye de la prensa y esquiva sus preguntas. Se esconde detrás de sus ministros y, aún peor, ha logrado reducir sus posturas al escaso número de 144 caracteres. Un tuit le es suficiente para rendir, en el mejor de los casos, una declaración de intenciones.
Tenemos a la cabeza del poder a un presidente que, lejos de las diferencias ideológicas, ha dejado claro que la banda, aparentemente, no le ciñe a la medida. Quizás es la inexperiencia o, quizás, la insensatez. Pero ninguna de las alternativas lo exime de su responsabilidad de rendir cuentas ante aquel “pueblo” a quien tanto dice defender.
Estamos siendo gobernados bajo la mirada atenta de un régimen silente. Un gobierno que no opina y que tiene la osadía de evadir febrilmente las interrogantes de quienes vigilan con atención sus pasos firmes y, también, aquellos en falso. Respetar que alguien decida guardar sus opiniones para sí mismo no es una tarea complicada, pero intentar hacernos de la vista gorda ante lo que no dicen aquellos que están en el poder, sí lo es.
Sin lugar a dudas, son innumerables los misterios que guarda el señor Castillo bajo aquel despampanante sombrero que ostenta airoso, mismos que se rehúsa a confesar voluntariamente ante un micrófono; es así que, por más que esté en el derecho de reservar sus comentarios, la conclusión siempre será la misma que aquel dicho popular de antaño: el que calla, otorga.
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