De cooperativas abandonadas y cómo se marchita una flor
- Luana Baca
- 6 oct 2021
- 6 Min. de lectura

Montaje: Nurit Mitrani
En todos lados hay lugares que despiertan la curiosidad de las personas. Pueden ser, realmente, de cualquier tipo: parques que tienen una distribución muy distinta, miradores naturales, centros arqueológicos, incluso restaurantes que por a o b motivos son llamativos para el público. Pero también hay otros menos convencionales, que no destacan por su belleza, sino por la historia que parecen esconder.
Este es el caso exacto del edificio de la Cooperativa de Ahorro y Crédito (Credicoop) San José Obrero. Quien haya visitado alguna vez en su vida Chulucanas, capital de la provincia de Morropón, en la región Piura, debe haber visto esta construcción ubicada entre las calles Lima, Junín y Callao, en plena esquina.
De un blanco sucio. 2 niveles. Con 25 ventanas de diferentes tamaños, 19 sin vidrios, 6 con trozos de lo que alguna vez fueron sus lunas y, de ellas, 10 con pedazos de cartón, bolsas, palos, gigantografías y carteles tratando de cubrirlas. 1 puerta trasera de metal color celeste desgastado y una puerta y media principales cubiertas del mismo modo que las ventanas. 1 pinta de publicidad de la Caja Sullana, otra de la farmacia Mi Divino Jesús, una apenas visible de la Asociación de Mototaxistas Chumager y la lista de reglas de un paradero sin nombre.
Hay principalmente 4 graffitis notables. El más reciente es un tigre verde y amarillo con letras que no se entienden, y el que más resalta es en el que se lee “tú y yo, todos los días. 28 B y O”. Tampoco faltan las propagandas políticas antiguas. Sin embargo, ninguno de estos elementos sirven a simple vista para identificar a qué clase de institución le pertenecía esta edificación. Lo único que puede dar una pista son sus deterioradas letras amarillentas que aun están pegadas en la parte más alta del frente, además de su casi indistinguible logo circular.
Si quienes lo han visto no tienen un gran conocimiento de la historia del pueblo, la Credicoop debe parecerles un misterio. Probablemente se hayan cuestionado qué pudo haber pasado para que el lugar haya terminado en el estado en el que se encuentra actualmente. Y la verdad es que pasaron muchas, muchas cosas. Su historia empieza incluso desde antes de la construcción del edificio en sí mismo.
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“Fue durante los primeros años de la parroquia San José Obrero, que el párroco Ricardo Apichi tuvo la iniciativa de reunir a un grupo de ciudadanos para formar una cooperativa de ahorro y crédito” cuenta don Raúl Rivas Gómez, miembro fundador, ex-secretario y ex-presidente de la directiva de la Credicoop, explicando cómo inició la formación de la institución. El señor Ricardo Apichi fue un sacerdote estadounidense muy querido en Chulucanas, que lamentablemente, ya no está en este mundo.
Una tarde calurosa en la tierra del mango y el limón, en una casita frente al Mercado Modelo de Chulucanas, en la calle Lambayeque, se reunieron don Pedro Pizarro, don Juan Gómez Moncada, don Victor Coronel Herrera, don Raúl Rivas Gómez y varios otros señores más. En el calendario se leía la fecha 16 de septiembre de 1973, la luz que entraba desde la ventana de la calle tenía una iluminación justa y las bulla de las voces del mercado tenían el volumen justo para no interferir con la discusión de los hombres ahí presentes. Todo en esa tarde propiciaba el ambiente ideal para tomar una decisión ese día. Y así fue.
Ese domingo 16 de septiembre del 73, mientras que en Chile el cantautor Victor Jara era asesinado por la gente de Augusto Pinochet; en Chulucanas se fundaba oficialmente la Cooperativa de Ahorro y Crédito San José Obrero. En dos lugares muy distintos del mundo, de diferente manera, pero en el mismo día, se hacía historia.
La Credicoop estuvo en un primer momento conformada por entre 80 y 100 socios, todos comerciantes del Mercado del pueblo, con un capital de 5000 soles “que en ese tiempo era harta plata” y comenzó funcionando en el local de la parroquia que lleva su mismo nombre, explica el señor Hildebrando Rosas Albán, socio, fundador y directivo de la institución. “La idea fue, como en toda cooperativa de ahorro y crédito, juntar ahorros y formar un capital, que recibía el nombre de capital social, para entre los mismos socios se prestaran la plata que necesitaban de acuerdo a un interés que ellos mismos fijaban”, comentaba.
Pero la necesidad de la creación de una cooperativa crediticia tenía un motivo aún más profundo. Según lo expuesto por el señor Rosas, los bancos que existían hasta ese entonces en la región, discriminaban a los comerciantes de pueblos pequeños como lo era Chulucanas.
— Nadie creía en la gente humilde para darles préstamos —dijo don Hildebrando Rosas a través del teléfono.
Y después de una corta pausa, continuó agregando:
— ¿Por qué? Porque argumentaban que no había garantías, que no tendrían con qué devolverles. No había confianza en la gente del pueblo, humilde.
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Para cuando 1985 llegó, muchas cosas habían cambiado para la Credicoop. Ya habían comprado su primer local propio algunos años antes y habían creado el servicio de crédito, que los había hecho crecer exponencialmente, o, como a don Raúl y don Hildebrando les gusta llamarlo, florecer. Este servicio permitía a quienes ahorraban en el banco pedir préstamos de al menos el doble de lo que tenían guardado a un interés muy bajo.
Este crecimiento les permitió, a su vez, comenzar a ofrecer el servicio mortuorio. En palabras de don Rosas: “Esto quería decir que dábamos a la familia del socio, en caso de muerte, lo suficiente para cubrir los gastos del nicho, cajón y lo necesario para el velorio”, beneficio que luego se expandió para todos los familiares directos de los asociados.
— Eso comenzó a surtir un impacto importante entre los socios y, sobre todo, en el mismo pueblo —comentaba con alegría don Hildebrando.
Es por esto que decidieron que era hora de comprar un lugar más grande para instalarse y seguir echándole abono a la institución. Así fue como llegaron hasta el terreno de la intersección de las calles Junín, Callao y Lima.
Esto pasó durante la presidencia de Raúl Rivas, cuando la municipalidad y el seguro social sacaron el terreno en remate. Compraron sus 2840 metros cuadrados por exactamente 517 soles, una maravilla. Entonces desmantelaron todo lo que quedaba sobre él. Pero la ilusión se les desinfló pronto: la única heredera indirecta del lugar, Gloria Pela de Seminario, inició un juicio en contra de todos los socios para poder recuperar su terreno.
La señora de Seminario ganó dos instancias del juicio. Entonces los asociados decidieron apelar a la Corte Suprema de la República.
— [Estábamos] prácticamente desesperanzados, pensamos que lo íbamos a perder —contaba con pesar el ex-presidente de la credicoop.
Pero por esas casualidades de la vida, un decreto que había dejado durante su mandato el general Juan Velasco Alvarado establecía que todos los juicios en contra de cooperativas se terminaran. A partir de ahí todo les fue cuesta arriba. Construyeron un local de dos niveles de un área de aproximadamente 400 metros cuadrados al que con orgullo le colocaron en la parte más visible de su fachada el logo y el nombre de la cooperativa.
Además, siguieron “floreciendo” y creando nuevos servicios a la comunidad tales como el de consumo, que consistía en comprar abarrotes para venderlos al precio más bajo posible a sus asociados y, encima, pagarlo en cuotas de ser necesario; y el de línea blanca, que funcionaba de la misma manera que el de consumo, pero con artefactos electrónicos y muebles.
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Lamentablemente, todo lo bueno llega a su final. Y las flores, aunque las cuides mucho, si el entorno y el clima no es óptimo para que sigan creciendo, terminan por marchitarse. Con la llegada del gobierno de Alán García y la hiperinflación que este dejó en el país, deshizo en un chasquido de dedos todo lo que la cooperativa había hecho para estar en auge.
La plata se perdió, tanto para la Credicoop como para los socios que invirtieron su dinero en préstamos. El olor a desesperación que despedía el edificio era muy intenso como para no notarlo. Y con la recesión económica durante el régimen de Fujimori, se rompió el último hilo del que pendían.
— Y de ahí ya vino la quiebra. La cooperativa no tenía plata, los socios querían su plata y la plata estaba prestada, los que habían prestado no podían devolver. Lo que se devolvía ya no valía lo mismo. Así se fue acabando, como si hubiera pasado un ventarrón —expresó don Hildebrando.
La cooperativa cerró en el 92, y el local se abandonó definitivamente en el 96. O, mejor dicho, fue abandonado completamente por los socios en el 96, porque hoy, a pesar del paupérrimo estado en el que se encuentra la edificación, desde hace más de una década vive una familia dentro de él.
Una familia de tres personas que no tenían nada que ver con los asociados, que invadieron sin permiso el lugar. Pero que, de algún modo, se encargan de mantener con vida lo que en algún momento fue la orgullosa, importante, gran flor de la Cooperativa de Ahorro y Crédito San José Obrero.
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