El edificio que late tucutún, tucutún, tucutún...
- Nurit Mitani
- 13 oct 2021
- 6 Min. de lectura

Montaje: Nurit Mitrani
En la callada intersección de la cuadra dos de la Calle Carlos Porras Osores y la Calle Tomas Edison de San Isidro, la quietud apabulla. A simple vista, no se ve ni se siente nada en particular. En los alrededores, es posible distinguir unos muy normales departamentos con balcón, así como unos bien cuidados árboles y, solo si tienes suerte, algunos silenciosos transeúntes. Pero ahí, alejado de los negocios finos y en la esquina entre dos calles con nombre de hombre, hay algo más. Tucutún. Detrás de un aburrido e insulso paredón grisáceo que parece nunca acabar, hay un edificio de alma resiliente.
Tras un doble y pesado portón, se encuentra una monolítica edificación de cemento que sirve de templo y espacio de congregación para los miembros de la Comunidad Judía del Perú. La sinagoga muestra un parisino estilo de los años 20 denominado “art decó”, caracterizado por tajantes y simétricas líneas rectas, las cuales le dan un toque moderno y clásico al lugar.
A pesar de que la “Sinagoga Sharon” fue construida mucho años atrás, no fue hasta febrero de 2010 que, por fin y gracias a la familia Fishman, se inauguró el tan esperado establecimiento para la congregación ortodoxa de judíos descendientes de Europa del Este.
La sinagoga de la Unión Israelita del Perú es, sin duda, una gema escondida entre la monotonía sanisidrina. El edificio, por sí solo, emana un aura de santidad y espiritualidad incomparable. En otras palabras, es un corazón que vive, respira y late con fe. Tucutún. Sin embargo, aquí, cabe hacer una salvedad. La monolítica estructura, por muy austera que parezca, tiene un alma que se divide en dos partes iguales: la de la tierra, tucutún, que proviene del templo en sí mismo; y la del subsuelo, tucutún, compuesta por recuerdos e historias que trascienden lo meramente religioso.
Para llegar al lugar de los hechos, hay varios caminos, como en Roma. Se podría entrar al templo, solo para inmediatamente salir de él por unos ventanales corredizos de vidrio que dan vista a un amplio y vacío jardín. Hacia el costado izquierdo de la salida, sobresalen unos modernos barandales que conducen escaleras abajo a donde se originan los segundos latidos. Tucutún. Si se rodea por fuera el edificio, también es posible llegar a aquellos sofisticados barandales. Tras ellos y sin ninguna antesala adicional, se entra a un rectangular salón de luz blanca, en donde se alojan un sinfín de piezas de exhibición y relatos.
Ese es el Centro Educacional Holocausto y Humanidades o CEHyH, un espacio de reflexión, memoria y emotividad que inmortaliza y enseña sobre el holocausto judío o “Shoá”, como se conoce en hebreo. El centro nace en 2014 por la iniciativa de dos peculiares extranjeras: las señoras Lilach Aviram y Mirta Glasman, las cuales terminaron llegando y yéndose del país por el trabajo de sus esposos.
La israelí y la argentina se conocen una vez ambas están en Perú y, juntas, deciden fundar el centro. ¿La razón? Se percatan que el corazón de una comunidad, que para ese entonces tenía 3 mil personas, carecía de un pulso indispensable: un lugar de recordación y enseñanza sobre lo que le sucedió a 6 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Y, pese a la corta estadía del dúo en el país, Lilach y Mirta dejan una importante huella en la comunidad. De marzo a diciembre de 2015, presentan la muestra “No es juego de niños” que, a través de antiguos juguetes, infantiles dibujos e impactantes testimonios, cuentan la cruel realidad de miles de niños judíos antes, durante y después del holocausto. Uno de los testimonios es la de la petite Claudine Schwartz-Rudel, una niña francesa
en sus tiernos siete cuya adorada muñeca “Colette” era usada (sin su consentimiento o entendimiento) por sus padres como caja fuerte.
Claudine fue una de las afortunadas, tanto ella como su muñeca lograron sobrevivir el infiero de la guerra. Sin embargo, ambas tuvieron que cambiar de look una vez que llegaron a su destino final. “Se le cortó el pelo a Claudine y del mismo se hizo una peluca para la muñeca, debido a que su pelo se había caído de tantos cuidados y abrazos”, narra el sitio del Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá o “Yad Vashem” de Israel, el cual construyó la pieza.
Tucutún, tucutún... El centro había logrado tocar las almas de todos sus visitantes, quienes con cada paso se conmovían aún más. El público quedaba embelesado con la narración y las sepias fotografías de la vida de aquel entonces. El silencio retumbaba junto a los pensamientos, lágrimas y crispación de cada presente en la sala.
“Ese año pedimos a los estudiantes que pinten mariposas, pues es el símbolo que representa a los niños del holocausto”, recuerda entusiasmada la directora del centro Patricia “Patty” Flowers. Así, se terminó llenando una pared entera de coloridas mariposas con poesías en distintos idiomas, las cuales fueron meticulosamente coleccionadas para hacer un libro. El impacto fue tal que las mariposas de carne y hueso empezaron a seguir a Flowers incluso después de acabada su jornada laboral.
En una ocasión, la directora recuerda conversar con un desconocido niño mientras recogía a su hijo en la entrada de su colegio. El pequeño la había ido a buscar allí no una, no dos, sino tres veces para entregarle, en persona, su amada mariposa de papel. “Me quedé sumamente sorprendida del interés de este niño de que su mariposa esté en la colección. Y no porque quería que salga su nombre en un libro, sino porque sería ser partícipe del recuerdo a las víctimas”, explica Flowers con ojos llorosos mientras reflexiona sobre aquel día.
Como esta exposición, vinieron más. Mientras que unas provenían del mismísimo Yad Vashem; otras, como la exposición “Anna Frank: Una historia vigente” de 2016, fueron producidas por La Casa Anna Frank de Ámsterdam. Al año siguiente, se presentó “Besa: Un Código de Honor” sobre los Justos de las Naciones; para 2018, se inauguró la cuarta sobre el médico y pedagogo “Janusz Korczak”; y en 2019, “Cómo fue humanamente posible”.
Fue así como el espacio fue creciendo y humanizándose, tucutún, cada vez más. Con los brazos abiertos, el museo recibió a colegiales, turistas, docentes universitarios y miembros de la comunidad judía. Durante esos años, la directora Flowers se encargó de personalmente tocarle la puerta a diversos colegios limeños para que visiten el museo.
A la par de estas muestras rotativas, el espacio ha agregado cursos para docentes, los cuales oscilan desde “historia, literatura, tutoría, arte, cómputo e idiomas”, hasta servicio comunitario, explica orgullosa Patty. Asimismo, en 2019, sirvió de ayuda para conectar personas y crear el documental “Sobreviví al holocausto”, producido por el diario El Comercio.
“Cada año hay anécdotas que uno no puede olvidar”, afirma decidida Flowers. Especialmente aquellas que involucran a los sobrevivientes, quienes día a día legan sus testimonios a la nueva generación. Si las paredes del centro hablaran, tal vez repetirían sus sabias palabras. O, por el contrario, replicarían los sonidos de los dolorosos sollozos de quienes los escuchan. De igual forma, hoy, es imposible acercase a dichos muros para preguntarles acerca de los secretos que susurran.
Con la llegada de la pandemia, el CEHyH cerró sus puertas físicas, pero jamás las educativas. En la actualidad, la directora Patty continúa con su labor, pero no desde el segundo corazón del Sharon, sino desde su hogar. ¿Tucutún? Junto a instituciones de diversos países de la región (Red Latinoamericana para la Enseñanza de la Shoá), el museo continúa educando, inspirando y latiendo. ¡Tucutún!
Eso sí, no hay día en que Flowers no extrañe “ver las expresiones y rostros de los chicos, ver cómo se abrazan y se ponen cabeza con cabeza mientras se dan cuenta de lo afortunados que son”. Si bien el trabajo de Patty es laborioso y agotador, también es muy reconfortante. Por eso, anhela retomar el contacto humano y ver cómo la vida de muchos cambia en el transcurso de un instante. Ella es la sangre que bombea este corazón. Tucutún. Y su misión puede resumirse en lo que alguna vez leyó en un mural de mariposas turquesa con el que la recibieron cuando visitó un colegio: “Lo que haces por ti, se queda contigo, pero lo que nos has enseñado a nosotros nos servirá para cambiar el mundo”.
El Centro Educacional Holocausto y Humanidades es un centro de humanidades muy humano. Tan humano que a primera vista pasa desapercibido. Tan humano que nació y creció como cualquier persona. Tan humano que tiene dos madres, una gran profesora y madrina llamada Patricia Flowers y muchos compañeros estudiantes. Tan humano que tiene herencia y antepasados. Tan humano que tiene amigos aquí y en todos lados. Tan humano que habla y cuenta los testimonios de quienes lamentablemente ya no están aquí para contarlas. Tan humano que tiene alma. Tan humano que inspira resiliencia. Tan humano que llora y late.
Tucutún, tucutún, tucutún...
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Agradecemos a la directora del centro, Patricia Flowers.
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