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Una luz de esperanza

  • Foto del escritor: Gabriela Llontop
    Gabriela Llontop
  • 21 abr 2021
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 24 sept 2021


Foto: Andina.


Son las siete de la mañana en punto y las puertas de la playa Miller del Hospital Edgardo Rebagliati Martins se abren de par en par para recibir a sus tan ansiados invitados. Los minutos transcurren y los ancianos mayores de ochenta años, acompañados de sus hijos o nietos, se aproximan al vacunatorio para recibir la tan anhelada dosis del fármaco que promete proteger sus vidas frente a aquel enemigo invisible que ya se ha llevado miles consigo.


En medio de toldos de color blanco, carteles celestes que indican los pasos a seguir para evitar el contagio, sillas de plástico separadas unas a otras con dos metros de distancia, jeringas y agujas a punto de ser desechadas en contenedores especiales, se puede observar cómo la alegría vendría a ser el único virus que se transmite con el aire.


Por fin era el turno de los mayores de ochenta años. Formados en línea recta para evitar el desorden, esperaban ser vacunados tres ancianos al inicio de la jornada. Dos en sillas de ruedas y uno de pie que casi saltaba de la felicidad, daba la apariencia de ser incluso más joven que cualquiera ahí presente. Les toman la temperatura y les desinfectan las manos. Ingresan uno a uno junto con sus respectivos acompañantes y esperan unos minutos dentro del recinto a que verifiquen sus datos y corroboren si se encuentran en el padrón. La fecha y hora eran cruciales para mantener el orden. Ya con la luz verde proceden a esperar hasta que algún enfermero diga sus nombres y apellidos desde alguno de los módulos y tengan que aproximarse. Ahí dentro, una conversación corta toma lugar para alivianar los nervios, el especialista se coloca los guantes de látex y acto seguido, un leve pinchazo daba por concluido el emociónate proceso. Eso era todo. La ultima indicación era esperar media hora para poder monitorear posibles efectos secundarios, pero en teoría, eso era todo.


Sin lugar a dudas, la satisfacción y alegría que se puede observar ahí dentro, es inigualable. Nada se compara con la tranquilidad de ofrecerle a cientos de familias la seguridad de que sus seres queridos, vulnerables al contagio y a no resistir este virus mortal si llegasen a infectarse, aún tienen una oportunidad de sonreír y festejar junto a quienes más quieren al momento en que todo esto termine.


En el vacunatorio principal del distrito de Jesús María todos celebran al unísono. Personal médico, trabajadores del área de prensa, funcionarios públicos del distrito y hasta los mismos ancianos achinan los ojos y se presume que sonríen bajo el barbijo en muestra de su incontenida alegría por ser parte de ese histórico momento, pues no era cuestión de un pinchazo, sino que eso significaba, ineludiblemente, el inicio del fin.

***

Lo que hasta hace unos meses parecía una tarea imposible, hoy es una realidad que permite divisar por primera vez en poco más de un año, una luz al final del túnel inhóspito que la pandemia del coronavirus trajo desde su llegada al territorio peruano. Doctores, enfermeros, bomberos, militares, policías y, ahora también ancianos, son parte del grupo de personas que han tenido la dicha de ser vacunados en medio de esta crisis sanitaria que ha hecho temblar de miedo a más de uno. Si bien es cierto que apenas alrededor de un millón de ciudadanos han sido inoculados con la primera dosis, esto no deja que el trasfondo pierda valor, pues en medio de la penumbra y el desasosiego, se ha recuperado la esperanza que hace mucho se creía extraviada.


La tarea aun es larga y, en definitiva, será aún más dura. Los plazos no se están cumpliendo y las dosis, por más esfuerzos que el gobierno central haga, no están llegando a las demás regiones. Sin embargo, es difícil juzgar mientras se observa la realidad como un panorama aparte y no como si se tratara de lo que verdaderamente es, un escenario en donde toda acción se determina en base a un ensayo y error y, en donde quizás, muchas veces las equivocaciones superen los éxitos en un corto plazo.


Nada es perfecto y nada sale exactamente como se indica en los papeles. Esto no indica ineficiencia o que se le otorgue poca importancia, solo refleja una vez más, desde un ángulo particular, lo pobre y carente que es el sistema de salud peruano para afrontar una situación tan inesperada y diferente como esta.


Dudas, incertidumbre y caos son las tres palabras que sencillamente podrían definir el sentir de los peruanos frente a lo atravesado durante estos casi 14 meses. Irrevocablemente, nadie se esperaba que la vida se transforme de un día a otro; pues nadie nunca imaginó que las mascarillas y protectores faciales se convertirían en accesorios indispensables o que el alcohol el gel se volvería en la mejor arma para prevenir el contagio. Antes de aquel 06 de marzo, es probable que nunca nadie haya pensado en que tomar distancia sea sinónimo de prevención o que las muestras de afecto y cariño se limitarían a un golpe leve de puños. Pese a ello, esta es la nueva normalidad a la que todos han tenido que adaptarse sin importar las dificultades que puedan existir de por medio.


No cabe duda de que han sido momentos difíciles; no cabe duda de que, por primera vez en la vida, todos se han visto cara a cara con la muerte y que la han esquivado por azar del destino.

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La licenciada Blanca Contreras, encargada del vacunatorio de la playa Miller, reconoce que asumir la responsabilidad dentro del proceso de inoculación de los adultos mayores ha sido un reto que, por momentos, no estaba segura de poder cumplir. Pese a ello, reconoce haber hecho un buen trabajo junto a su equipo logístico y agradece haber tenido una buena capacidad de repuesta, además, se escucha contenta al hablar sobre su experiencial al haber sido parte de acortar la brecha de desigualdad al momento de poder vacunar a más de 6000 ancianos independientemente del seguro de salud que posean. “Es una experiencia gratificante” sentencia.


Es un trabajo duro y pesado pese a la alegría que genera, las ojeras y las cuencas de los ojos más hundidas de lo normal de aquellos que son parte del proceso, solo delatan las pocas horas de sueño y, quizás, la mala alimentación de por medio. Los niveles de estrés tocando el cielo, el cansancio que se puede notar desde kilómetros de distancia, la frustración y hasta la tristeza que se muestra en el rostro son algunos de los tantos impedimentos y desafíos que los que se esfuerzan por cumplir con las metas de vacunación afrontan día con día.


Actualmente, el Perú tiene aseguradas alrededor de 48 millones de dosis inmunizantes provenientes de organismos como Covax Facility o a partir de negociones directas con farmacéuticas como Pfizer, AstraZeneca y Sinopharm. Pese a ello, los tiempos no se han adecuado y tampoco se han cumplido como lo previamente establecido. “Inconvenientes” como el vacunagate, en donde el ex mandatario Martin Vizcarra, ministras como Pilar Mazzetti o Elizabeth Astete, jefes de los ensayos clínicos y demás funcionarios públicos se saltaron la fila para proteger sus vidas antes que la de otros o como el cambio de tres presidentes en una semana debido a la crisis institucional del pasado noviembre cuando Manuel Merino de Lama se sentó en el sillón presidencial pese a que el pueblo peruano no lo respaldaba, han sido móviles principales para que estos procesos se retrasen varios meses. Francisco Sagasti, por su lado, en su actual gestión viene tratando de respetar los plazos y ejecutar el plan de vacunación acorde a como estaba previsto. Sin embargo, que los contratos se cierren o que el personal esté listo para aplicar las dosis aún no es suficiente para que la ciudadanía respire tranquila.


Este es un proceso extremadamente largo y el Perú a duras penas lo ha comenzado.


La crisis no se ha terminado y la inmunización apenas ha iniciado. Pese a aun existe miles de dificultades, el simple hecho de que los adultos mayores hayan sido priorizados en esta primera etapa ya es un paso a frenar la ola de contagios y a cuidar y proteger las vidas de aquellos que, en una situación de vulnerabilidad, afrontan desde su trinchera la pandemia junto a todos. Las puertas del Miller se podrán cerrar al culminar el día cuando la meta se haya alcanzado, pero las que se mantienen abiertas son aquellas que les dan cierta ilusión a los peruanos de algún día poder regresar a la normalidad.


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